DESCARTES. El análisis en la cultura. Nº 7. Junio 1990 - Sumario y Editorial - #FRD30años


DESCARTES. El análisis en la cultura. N° 7. Junio 1990
 
Director: Germán L. García
Consejo: Rubén Cohen, Daniel Lascano
Corresponsales: Rosa M. Calvet (Barcelona), Marco A. Mauas (Israel), Miriam Chorne (Madrid), Josefina Ayerza (Nueva York), Hugo Freda (París).

SUMARIO


Matete, el retorno de la disputa — German L. García

ANUDACIONES
La discordia — Marie-Héléne Brousse
Estructura y narcisismo — David Yemal
Las estructuras clínicas — Graciela Musachi
El síntoma y sus formas — Hugo Freda
El saber, entre la devoción y la blasfemia — Silvia E. Tendlarz
Antinomias del objeto — Miquel Bassols

MALESTARES
Cartas a la madre — Kurt Godel
Los hermanos Marx y la tercera tópica freudiana — Manuel Baldiz
Los efectos cercanos del primer cuento de Borges — Noemí Ulla
El amor entre dos muertes. De Fénelon a Platón — Jacques Le Brun

SABERES
Freud en la Revista de Occidente (1923-1925) — Evelyne López Campillo
Freud, sobre la enunciación — Tzvetan Todorov
El Freud de Wittgenstein — Frank Gioffi

IMPOSICIONES
La Ilustración en el Río de Ia Plara — Fernando García
Los efectos del imaginario surgido de la Revolución Francesa sobre la vida política en U.R.S.S. — Tamara Kondratieva

EDITORIAL


MATETE,
el retorno de la disputa

a R.M.C. i R.


Como en el cine de la infancia, las de amor alternan con las de guerra (Eros y pulsión de muerte, dirá el novicio para cerrar la puerta). Abrir esa puerta, aún en el desierto como Jacques Lacan, es la oportunidad de saber que hay montañas de arena hechas con una enunciación perdida, montañas de enunciados que fabrican un futuro anterior que exige lo que Carl von Clausewitz describía como genio de los guerreros: “...al controlarse a fuerza de experiencia, logran tarde o temprano desconfiar de ellos mismos, de modo tal que, en los momentos de agitación, toman conciencia a tiempo de la fuerza contraria que llevan dentro”. La puerta abierta sobre la actual agitación muestra otro tipo de divisiones, al posibilitar el retorno de una disputa silenciada durante la última década. Ahora cada uno puede descubrir “la fuerza contraria” que lleva dentro, aunque el rigor de la extimidad produzca la ilusión de que se localiza fuera.
Es fuera, en Le Monde mismo (15/12/89) que se difunde parte de un documento que Serge Leclaire (más cuatro que son Lucien Israel, Philippe Girard, Danièle Levy y Jacques Sédat) enviaron a unos 2.500 analistas franceses, con la sana intención de crear una instancia ordinal —ya que resultaría difícil inventar otra instancia de la letra. ¿Qué estatuto se quiere inventar? Se le propone a un Estado indiferente que despierte al peligro y delegue ciertos poderes (poderes que, a la vez, se le ofrecen, puesto que aún no existen) en quienes, de cara a la “unificación de Europa”, se proponen como “competentes, eficaces y disponibles”. Se trata de unos treinta que formarían un Consejo, etcétera. ¿Quién probó la competencia, la competitividad, de estos treintas y justos distribuidores de goce?
Es el principio de la casta, se trata de “eficaces” —pero, al parecer, “disponibles”. ¿Esa disponibilidad no es lo opuesto al trabajo, el de la transferencia que define al menos un tiempo de lo que constituye al fin a un trabajador decidido —segün Jacques Lacan? Es verdad que Serge Leclaire más cuatro son un cartel, pero el trabajo y la decisión deben marchar juntos.
Apenas la disputa dio los primeros pasos el ataque de un abogado a lo que llama “La República de Lacan”, rodeado del comentario de tres analistas sobre la situación (Le Monde, 12/1/90) —Jean Paul Valabrega, Jean Jacques Kress y Michéle Montrelay— puso al descubierto el efecto de retorno de las posiciones surgidas en la disolución de la Ecole Freudienne de Paris (1981). Frente a eso, de manera neta, se recorta la posición IPA de André Green (Le Monde, 10/2/90), respondida con argumentos muy precisos por Jacques-Alain Miller (Le Monde, 22/2/90).
Serge Leclaire (mientras tanto, habría que decir, para evocar las acciones simultáneas en las clásicas narraciones de aventuras) responde a preguntas de Liberation (17/1/90) explicando algo que oscila entre el tiempo de la sesión breve y el problema de pagos de impuestos de la profesión.
“Buena ocasión para recordar —escriben Eric Laurent y Colette Soler— que hay desacuerdo entre los psicoanalistas y el psicoanálisis (...)Cuando decimos el ‘psicoanálisis’, no designamos sólo el enjambre en torno a la enseñanza de Lacan, la multiplicación de sus lectores y su difusión entre los mismos analistas. El psicoanélisis es ante todo los psicoanalizantes que, en todo el mundo, se dirigen a la orientación lacaniana” (Liberation, 6/2/90). La discusión deja de ser parisina. Uno por uno, publicación del Campo Freudiano en Barcelona, difunde en castellano parte de la disputa, mientras El País (Madrid, 1/3/90) entrevista a Jacques-Alain Miller bajo el título “Ningún diploma garantiza la competencia de un analista”.
Por su parte El Independiente (Madrid, 1/3/90) se encarga del ataque ritual —una costumbre española practicada por gente de nacionalidades diversas— a los analistas argentinos: “No hay argentino —leemos— que no se presente fuera de fronteras como psicoanalista, ni hay psicoanalista que, en primera instancia, no parezca argentino”.
A partir de este tan poco sutil comienzo el personaje de marras —es posible que iberoamericano, que firma Nelson Marra— explaya su odio en la queja siguiente: el psicoanálisis excluyó a los argentinos de los grandes sacrificios de la zona (Allende, Seregni, Torrijos, Getulio Vargas): Le duele que los argentinos no hayamos tenido “...ni frustradas revoluciones mexicanas, ni reprirnidas revoluciones bolivianas o guatemaltecas, ni una izquierda paraguaya exterminada”. ¡Por suerte! Pero el psicoanálisis no es la causa. Nelson Marra puede cambiar de residencia y trasladarse al Perú de los narco y Sendero, donde la castración no es una figura retórica —se queja de que sea así en Argentina, pero eso es a causa de Lacan y no de Perón, como supone nuestro desinformado— y donde el psicoanálisis es imposible y nadie puede “malvender los restos de la identidad” (sic).
Volvamos, dentro de este matete creado por la falta de un Otro del Otro, a las preocupaciones de André Green —menos patéticas que las del periodista del diario madrileño—, quien con el pretexto de un peligro de disolución de la experiencia analítica y montado en la propuesta de Serge Leclaire, dice que sólo un orden “puede servir de base de comparación, el orden médico”. Se explaya sobre los efectos perniciosos del “genio” de Jacques Lacan y afirma que donde Sigmund Freud propuso un dominio de sí y de las pasiones, Jacques Lacan propone un dominio por el otro. ¿Cómo logró imponer esta “servidumbre voluntaria”? Con el apoyo de los medios de información y de los “universitarios” (medicina es, sin duda, sacerdocio) sosteniendo un pensar sobre el psicoanálisis en vez de un verdadero trabajo en psicoanálisis.
Las consecuencias —siempre según el Dr. Green— fueron el desorden, la degradación, el triunfo del talento político sobre la humildad terapéutica y el valor profesional.
Como en 1926 y como si el fracaso de Ia IPA en USA no le enseñara nada, el Dr. Green quiere el monopolio asentado en la equivalencia del didáctico con la medicina.
“La Escuela de Lacan —dicen Eric Laurent y Colette Soler en el artículo ya citado— no es ni un lazo asociativo entre los psicoanalistas, ni esta o aquella escuela. No es un orden de psicoanalistas. Es el gran proyecto que empieza en 1964 con la fundación de Ia EFP, la Ecole Freudienne de Paris, y que continúa hoy, diez años después de su disolución. Celebrábamos este mes de enero su aniversario, con un coloquio organizado por la revista Ornicar? que dirige Jacques-Alain Miller: fue consagrado a las finalidades hoy actuales de aquella disolución. Aparentemente, es el mismo efecto de tiempo que ha llevado a Serge Leclaire a hacer un gesto exactamente contrario: tender una mano a los psicoanalistas, otra al Estado”
Por su parte Jacques-Alain Miller dice: “Casi una veintena de grupos forman hoy en Francia la nebulosa lacaniana. Todo un desorden. De ahí viene la idea de ponerlos en Orden, que se le ha ocurrido a uno de esa Nebulosa F (...) Un Orden de los psicoanalistas existe. Esa experiencia ya se ha hecho. Y es decisiva. Justifica que se levante acta de su fracaso. Jurídicamente, ningún Estado ha admitido jamás las pretensiones de la Orden IPA al monopolio del psicoanálisis. De hecho, los que lo practican fuera de la IPA son desde ahora, y con mucho, los más numerosos, tanto en Francia como en el resto del mundo” (Le Monde, 3/2/90).
¿Alguien imagina que estos problemas no inciden en nuestra manera de hacer las cosas? Me llega de Chile, por ejemplo, una publicación llamada El discurso psicoanalítico (Revista del grupo de investigación y estudios psicoanalíticos, N° 1, octubre, 1989). El nexo entre el GIEP y la Association Freudienne de Paris es Michel Thibaut, profesor de la Universidad Diego Portales. ¿De dónde sale la Association Freudienne? Se funda en 1982 para un “groupe de psychanalystes, lacaniens mais opposés aux méthodes de ceux qui mettaient sur pied L’Ecole de Ia Cause Fredienne, était réuni autour de la revue Le discours psychanalytique” (L’ Agenda de Ia Psychanalyse N° 1, Paris, 1988).
Marcel Czermack y Contardo Calligaris aparecen en el secretariado de la asociación de París y sus nombres también se encuentran en la revista editada en Chile, sin que se aclare qué tipo de lazo une al grupo con los intereses de la Association Freudienne. El “representante” local, Gonzalo Hidalgo, para responder a Castilla del Pino —Un artIculo anacrónico publicado en El Pals en 1981 y respondido por mí en ese mismo medio y en aquel momento— le recomienda la lectura de Jacques Lacan y además de Leclaire, Israel, Clavreul, Valabrega, Rosolato, Dolto, Melman y de paso cita a Czermack y su propia traducción de Ecrits.
Luego, cuando debe justificar que el lacanismo existe, cita como prueba la actividad “de los lacanianos en Europa y en America Latina”, para mencionar tan sólo “los nombres de algunos que estuvieron en Chile hace poco, C. Calligaris, M. Czermack, J. P. Gilson”. ¿Por qué no cita la existencia de la red internacional del Campo freudiano, los discípulos que siguieron a Jacques Lacan hasta el final, las editoriales castellanas que en diversos países editan lo que se produce en esta vertiente? Porque Gonzalo Hidalgo está contra las traducciones y los divulgadores —aunque se comenta un libro de Calligaris en galaicoportugués y no se comenta ningün libro de Jacques Lacan— y aclara: “Todo esto lo digo sin intención de pedantería sino porque ha sido la experiencia de un grupo que ya ha completado casi tres años leyendo Lacan en francés [...] hemos sabido de lacanianos argentinos y parece que también brasileños que están inscribiéndose en cursos de francés”.
¿Sabrán los asistentes al grupo de Gonzalo Hidalgo que hace más de treinta anos —en 1959, para ser preciso— Oscar Masotta escribía sobre Jacques Lacan y sus referencias eran, por supuesto, en lengua francesa? En países donde existen más de una generación de “lacanianos” siempre se puede encontrar a los que empiezan “inscribiéndose en grupos de francés”, pero es una pasada —como dicen los españoles— ocultar el trabajo de países y décadas, comprometer a un grupo con otro de París que no conoce y encima hacerles creer que están inventando la pólvora. Y leer francés... ¿no es traducir? Tal es el caso y suelo citar a Jacques Lacan en castellano porque verifiqué más de una vez que el francés y el castellano del poeta y traductor de los Escritos —me refiero a Tomás Segovia— es preferible a lo que puedo hacer por mi cuenta y sospecho que también a lo que puede hacer Gonzalo Hidalgo, cuya generosidad es la antífrasis de su apellido
No se trata de formar profesores de idioma, “amigos de la cultura francesa” como dicen los diplomáticos y los Institutos, sino de las formaciones —las del inconsciente, que determinan la producción de analistas.
Es deseable que se conozcan otros idiomas, pero es desidia desconocer los recursos del propio. ¿Cuá1 es la crítica de Gonzalo Hidalgo (sin pedanterías de sintaxis y sinónimos, de distingos de gusto) a la traducción de los Escritos realizada por Tomás Segovia?
Un ejemplo. Jacques Lacan escribe: “...la psychanalyse n’a qu’un medium: la parole du patient” (Ecrits, pág. 247).
Gonzalo Hidalgo traduce: “... el psicoanálisis no tiene más que un medio: la palabra del paciente” (El discurso psicoanalítico, N° 1, pág. 20).
Tomás Segovia traduce: “...el psicoanálisis no tiene sino un médium: la palabra del paciente” (Escritos I, Ed. Siglo XXI, pág. 237).
Jacques Lacan dice “médium” (no “demi”), término que según el Petit Robert entra del latín en el siglo XVI produciendo “moyen, milieu”. Tomás Segovia, mediante las bastardillas, llama la atención sobre el uso connotado de una palabra, la traducción (“...sin intención de pedantería...”) de Gonzalo Hidalgo pierde eso, lo que nos permite suponer que esos “casi” tres años de lectura de Lacan en francés por el momento no alcanzan para borrar — ¡por suerte!— al traductor, poeta y amigo del traducido.
Los tres artículos de Michel Thibaut —el médium en este caso no es la palabra sino la reiteración del nombre propio—, en particular su lectura de la Polis, deben ser contrastadas con la situación del psicoanálisis en el mundo (más precisamente en Francia y sus resonancias en Chile). ¿Será esa concepción de la Polis lo que condenaría al psicoanálisis de Chile a ignorar treinta años de trabajo en Iberoamérica, en España y mucho más en Francia? Esperemos que el próximo número de la revista informe sobre la existencia de las redes efectivas de la difusión de Jacques Lacan, así como de los grupos e instituciones existentes donde se plantea el problema de la formación de los analistas.
 Si en Chile las cosas no comenzaron como sería deseable para el psicoanálisis, en Perú las cicatrices de la pobreza sirven a una psiquiatría avalada por la Escuela de Frankfurt para borrar las cicatrices de Ia neurosis en la reducción del sujeto a la necesidad.
Allí se nos habla de algunos casos tomados de la miseria de Lima y se expone la perspectiva en que se descifra: una infancia plena tiene como consecuencia un yo autónomo, una infancia miserable produce la desidia de unos y la rebelión de otros. Contra la hipótesis aparecen unos niños muy despiertos, capaces de sobrevivir en medio de los estragos sociales. “Seudocreatividad” —dice el psiquiatra, de quien no se puede dudar que quiere el bien de aquellos a los que se dirige.
Interrogado por nosotros, una noche en que presentaba su libro en el Teatro San Martín, la respuesta apela a la sensibilidad política: ¡No intentaré justificar la situación de esos niños! No, pero tampoco creo en un universal de la infancia, ni en unas fases del desarrollo. La causa, con una discordia que es de estructura, conduce a la dimension del acto.
Hemos visto, como cualquiera, la necesidad transformarse por el acto que responde, acto donde el deseo del sujeto abandona la inercia de algún goce.
El libro que habla de las cicatrices de la pobreza muestra también las heridas del deseo, puesto que entre los casos aparecen mujeres que no sufren de lo mismo: “En todo caso ¿qué implica la finitud demostrable de los espacios abiertos capaces de recubrir el espacio obtuso, cerrado para la ocasión, del goce sexual? Que dichos espacios pueden ser tomados uno por uno —y ya que se trata del otro lado, pongámoslo en femenino— una por una...” (J. Lacan).
Si, una vez más, esto suena lejano y ajeno, podemos recordar que Levi-Strauss encontró en nuestro continente el tema de la mujer y la rana, mediante el cual planteó el problema más general de la educación de las mujeres. El discurso psicoanalítico, la revista de Chile, tiene un comentario de Maria Elena Sota sobre un libro publicado en galaicoportugués, donde concluye: “Por último, como se habrá podido notar, nos inquieta y esperamos avanzar en la reflexión respecto de lo femenino y lo mateno, bastante ausente, a nuestro juicio, en el libro. Las mujeres estaríamos más del lado de lo Real, dice Calligaris. Quisiéramos entender mis. La vida sería un valor paterno... Creemos entender, pero... intuimos que falta algo respecto de lo que da/no da la mujer” (pág. 64).
María Elena Sota “intuye” que falta algo, es posible que se trate de un olvido del autor del libro: Jacques Lacan dice también que la mujer entra en el campo de la ley como fetiche, lo que significa una relación de exclusión que anuda a ese Real con lo simbólico y lo imaginario. Real, no toda —habría que decir. Nada trivial, es mucho lo que podría avanzar nuestra política si tratara de responder a lo que la comentarista se pregunta sobre “lo femenino y lo materno”
La pobreza, la violencia, el sacrificio y lo que quiera enumerarse, jamás pueden ser un pretexto para reprimir la pregunta que el sujeto se hace en tanto que desea, puesto que la vida no tiene otro sentido que la respuesta que en cada caso se inventa.
Del lado de la mujer y de la maternidad se encontrará una respuesta que no es la que aparece en la conclusión de Calligaris cuando afirma que: “si tuviéramos que tomar una posición en el medio de todo esto, lo creo difícil ya que sería en el fondo la defensa ideológica de la neurosis contra la perversión” (El discurso psicoanalítico, pág.37).
Jacques Lacan encontró que, “en el medio de todo esto”, no existe sólo el deseo imposible de la obsesión, el deseo insatisfecho de la histeria y el deseo prevenido de la fobia; sino que también existe el deseo decidido que la palabra produce cuando cura al pensamiento, asintiendo al ser del lenguaje que habría sido incorporado. ¿Se trata de otra cosa que saber responder a la mujer que se crea, crea, crea cuando se cree-cree-cree? Este croar y su argumentación está en Encore, ese extraño Seminario XX que bastaría para no olvidar nunca a Jacques Lacan.
El trabajo de Jacques Le Brun que publicamos cuenta una versión de Ovidio sobre la leyenda de Orfeo: imita la muerte para eludirla, entonces le llega de las mujeres. Diferente en este punto, Aquiles decide entre dos muertes por lo que su condición de amante le exige. No se trata del sacrificio —de morir para que otro viva— sino de un juicio final: el acto puro, sin retorno significante y sin negación.
Para volver al punto que constituye el matete presente llamaré de nuevo a Carl Von Clausewitz: “Cuando se echa un vistazo general sobre los cuatro componentes que constituyen la atmósfera de la guerra, a saber: el peligro, el esfuerzo físico, la incertidumbre y el azar, es fácil comprender que se necesita una gran fuerza moral y física para avanzar con alguna garantía de seguridad y de éxito en este elemento desconcertante”
No es fácil incluir lo del esfuerzo físico en psicoanálisis, que se parece más a lo que versifica Góngora: a batallas de amor, campos de pluma —y aún así, sustituyendo los movimientos de los cuerpos por las anudaciones de ese otro cuerpo sutil, el lenguaje. La transferencia está y la transferencia es para diferenciar la capilla del depósito de municiones, para no confundir el poder de las palabras con las palabras del poder. Porque Sigmund Freud comenzó por escuchar los signos de unas mujeres con problema para armonizar lo que les faltaba del ser con el exceso que podían encontrar en un ser de objeto, la guerra del psicoanálisis se libra en el campo de batalla que propone el Otro y la paz, cuando se sella, devela la dimensión cómica de la disputa: “Por colisión se produce el fenómeno cómico —escribe Juan Carlos Foix—, que consiste en una destrucción (en nada, decía Kant), y queda la risa, celebración de ello”. El escándalo, misterio cómico, la revelación que se produce en ese momento del tiempo.
El problema ético, como se lo planteaba Baudelaire, es que la risa es hija del diablo y la tentación de la risa se encuentra con el accidente de la antigua caída. Se trata del semblant de la guerra, de la irrisión de la discordia inaugural cuya extensión mortífera fue descripta por Jacques Lacan en 1948, cuando exploraba el tema de Ia agresividad en psicoanálisis. Los seres angélicos —dice Baudelaire— no ríen nunca. Se corresponden con el mundo, viven en armonía, desconocen el arrebato de lo diverso. Pero una vez que se comienza, la temporada en el infierno se vuelve conocimiento del demonio del acto —el diablo no conoce intenciones, ni comienzos— que dice: ...ahora que deseas abiertamente lo que deseas y no tienes que ocultar el verdadero amor...

German L. Garcia

Buenos Aires, abril de 1990


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