Realizaré un breve comentario acerca de la clase inaugural que diera Jacques-Alain Miller en el Centro Descartes el 11 de Marzo de 1992, invitado especialmente (Revista Descartes N°11/12). Pero antes quisiera recomendar, entre todos los artículos publicados en este número de la Revista Descartes, el de Martin Heidegger, “La cosa”, que posee una actualidad renovada, dada la alusión a la instantaneidad del tiempo y lo que el hombre obtiene con ello: “El hombre recorre los más largos trayectos en el tiempo más breve (…) Lo que en el recorrido está a la menor distancia nuestra a través de la imagen (…) nos puede permanecer lejano (…) Pequeña distancia no es ya cercanía (…) Qué es la cercanía, cuando a través del infatigable apartamiento de distancias hasta es rechazada?” Heidegger pronuncia esta conferencia en Junio de 1950. La misma puede leerse en clave lógica, al mismo tiempo que posee un efecto metonímico.
La otra recomendación está referida al artículo de Alain Vaillant “Rabelais: Las palabras congeladas”, que es una lección respecto de la utilización del ingenio en la escritura, no sólo como burla a la autoridad, sino como diversión para el autor primero y para el lector después. Es notable la relación que establece al final entre Sócrates en el “Banquete” y Rabelais: “Trinch (¿bebe?)...asimilando la verdad al vino (…) Rabelais insinúa, no que el humor carece de significación, sino que su significación es la embriaguez misma (…) Como la dialéctica socrática, el humor ayuda a nacer las almas.” Coincide con el tema que ha tomado este año Germán García en su curso.
Ahora sí, recordaré que Jacques-Alain Miller refiere en aquella ocasión que el Centro Descartes, como asociado al Instituto del Campo Freudiano, existe más que éste: “constituye por el momento la única institución que da una realidad al Instituto del Campo Freudiano”, y menciona los ateneos que funcionan en ese momento sin ser instituciones (Círculo Analítico de Psicosomática, Centro Pequeño Hans, Vectores, etc.). Germán García había dicho en la presentación de Jacques-Alain Miller que “el Centro Descartes tiene que volverse cartesiano, puesto que no fundará su certeza en la autoridad de una Escuela”, recientemente fundada en ese momento.
A este respecto, el de la certeza, Bernard Baas y Armand Zaloszyc afirman en “Descartes y los fundamentos del psicoanálisis” (Atuel-Anáfora, 1994) que Lacan enfatiza en el Seminario XI que tanto Descartes como Freud se basan en la certeza para fundar ambos un campo nuevo, el de la filosofía moderna y el del psicoanálisis, respectivamente. A partir de la duda, ambos concluyen en la certeza del pensamiento (gedanken). Si para Descartes la duda manifiesta una falla en el saber, para Freud es la laguna, la duda en el relato de los sueños (“Interpretación de los sueños”, cap.VII, apartado A: “El olvido de los sueños”) lo que nos da la certeza de la existencia de un pensamiento inconciente, a través de la resistencia en recordar. Lacan se maravilla de que Freud se interne en la vía del olvido de los sueños a partir del ejemplo del sueño “Padre, no ves que estoy ardiendo?”, en definitiva, un sueño de angustia, donde Freud no retrocede en su tesis de que se trata también aquí de un cumplimiento de deseo.
Volviendo a Miller, él afirma que en homenaje a Descartes puede proponer como guía del Centro una virtud: la precisión. A la precisión va a referir las ideas claras y distintas de Descartes, cuyo modelo eran las matemáticas. Y describe a Descartes como un hombre de deseo, un hombre en búsqueda de la verdad. “Lacan decía que un hombre como Descartes era un analizante, que a través de la elaboración significante, de la cual testimonia su obra, él mismo aparece como sujeto, como sujeto que trataba de producir, y producía”. Buscaba la demostración de las cosas, no se conformaba con afirmaciones de autoridad.
Miller propone la precisión como brújula en la investigación. En la medida en que el psicoanálisis trabaja con algo que siempre se escabulle, es preciso cernir algo, “seguir un movimiento de aproximación cada vez más fino”. Afirma que el aburrimiento puede ser fructífero si produce un deseo de búsqueda, una inquietud de saber. En este sentido insiste en guiarse por la precisión como modo de salirse de las investigaciones infinitas, “más vale algo pequeño, pero nuevo”. Hay que divertirse con lo que uno investiga y produce.
Refiere que su lectura de Descartes estuvo orientada por quien fuera un especialista en el tema, Martial Guéroult, con su libro aparecido en los años 50, “Descartes según el orden de las razones”. Este camino iniciado con Guéroult era una vía que inauguraba el estructuralismo, “fue el amo de los estudios cartesianos en Francia”. Leer a Descartes con “la vía kantiana” inaugurada por Guéroult fue también para Miller un camino hacia Lacan. Descartes produce “un vaciamiento del saber, en términos de certeza”. En sus Meditaciones duda de todo conocimiento, hasta llegar a las matemáticas, de lo cual no puede dudar. En este punto inventa el argumento del Genio maligno, que es el Otro que puede engañar. El cogito de Descartes queda despejado como resto en el momento en que la duda ha barrido con todo, el resultado es ese sujeto del cogito, que duda de todo. De lo que no puede dudar es de que existe un ser en tanto hay un pensamiento que lo demuestra.
Luego, tenemos la idea de infinito a partir de pensar en un ser finito: si soy finito, no puedo crear la idea de infinito. Aquí se crea, afirma Miller, el argumento ontológico: a partir de la idea de Dios como ser infinito que pone en mí las ideas claras y distintas, las ideas matemáticas. Los errores del ser finito no son atribuíbles a Dios. Es interesante el contexto que Miller describe de la dificultad de introducción de Freud en Francia, dado que para la filosofía cartesiana el sujeto es transparente a sí mismo. Entonces, fue a partir de los escritores que Freud puede empezar a tener cabida en Francia.
Explica también que cuando Lacan toma a Descartes y lo hace desde el punto de partida del sujeto para el psicoanálisis, hay un cierto forzamiento. Pero, dice, “hay que entenderlo como vacío, puro punto sin contenido”. Lacan dice que es un error haber equiparado el sujeto a la conciencia en el cartesianismo. Y lo hace a partir del separar el enunciado pienso, luego soy en enunciado y enunciación: hay una duplicidad del que habla con lo que dice: ser y decir no es lo mismo. Y “aunque ésto no anula la perspectiva cartesiana, permite introducir la perspectiva analítica”, dice Miller. Y cita a Lacan en un artículo publicado en Cahiers pour l'analise”, de 1976: “Es la división entre el “yo soy” del sentido y el “yo soy” del ser, lo que traduce el hecho de que puedo tener angustia de castración según Freud, aunque puedo negar que éso pueda producirse”. Esto es lo que “Freud llamó clivaje, que Lacan considera la matriz de la represión original”.
Resulta de interés particular en el final el intercambio producido entre Jacques-Alain Miller y Germán García respecto de los puntos referidos al hallazgo, en la producción de los saberes y la investigación. “Yo busco con el pensamiento, pero lo que encuentro está del lado del ser”, dice García.
Miller refiere que en el tiempo moderno, de aceleramiento, el encuentro es difícil, hay que problematizarlo en nuestro campo, el freudiano. Al respecto, responde García, que “entre la extensión del ruido analítico y la producción, hay una especie de béance, de abismo (…) esa inercia se podría modificar buscando una precisión, y también una posición táctica y estratégica en la dirección del trabajo, la difusión, etc.” Podríamos decir que ése sigue siendo el desafío al cual responder en el Centro Descartes, casi treinta años después.
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